CUENTOS PARA JUGAR GIANNI RODARI
Había una vez un señor muy rico.
Más rico que el más rico de los millonarios americanos. Incluso más rico que el
Tío Rico. Superriquísimo. Tenía depósitos enteros llenos de monedas, desde el
suelo
hasta el techo, del sótano a la
buhardilla. Monedas de oro, de plata, de níquel. Monedas de quinientas, de
cien, de cincuenta. Liras italianas, francos suizos, esterlinas inglesas,
dólares, rublos, zloty, dinares.
Quintales y toneladas de monedas
de todas clases y de todos los países. De monedas de papel tenía miles de
baúles llenos y sellados.
Este señor se llamaba Puk.
El señor Puk decidió hacerse una
casa.
—Me la haré en el desierto
—dijo—, lejos de todo y de todos.
En el desierto no hay piedra para
hacer casas, ni ladrillos, argamasa, madera o mármol... No hay nada, sólo
arena.
—Mejor —dijo el señor Puk—, me
haré la casa con mi dinero. Usaré mis monedas en vez de la
piedra, de los ladrillos, de la
madera y del mármol.
Llamó a un arquitecto e hizo que
le diseñara la casa.
—Quiero trescientas sesenta y
cinco habitaciones —dijo el señor Puk—, una para cada día del
año. La casa debe tener doce
pisos, uno por cada mes del año. Y quiero cincuenta y dos escaleras, una
por cada semana del año. Hay que
hacerlo todo con las monedas ¿comprendido?
—Harán falta algunos clavos...
—Nada de eso. Si necesita clavos,
tome mis monedas de oro, fúndalas y haga clavos de oro.
—Harán falta tejas para el
techo...
—Nada de tejas. Utilizará mis
monedas de plata, obtendrá una cobertura muy sólida.
El arquitecto hizo el diseño.
Fueron necesarios tres mil quinientos autovías para transportar todo el
dinero necesario en medio del
desierto.
Se necesitaron cuatrocientas
tiendas para alojar a los obreros.
Y se empezó. Se abrieron los
cimientos y después, en vez de echar el cemento armado, ríos de monedas a
carretadas, a camiones llenos. Luego las paredes, una moneda sobre otra, una
moneda junto
a otra. Una moneda, un poco de
argamasa, otra moneda. El primer piso todo de monedas italianas de plata de
quinientas liras. El segundo piso, todo de dólares y de cuartos de dólar.
Después las puertas. Estas
también hechas con monedas pegadas entre sí. Luego las ventanas.
Nada de cristales: chelines
austriacos y marcos alemanes bien encolados y, por dentro, forradas con
billetes de banco turcos y
suizos. El tejado, las tejas, la chimenea: todos hechos con monedas contantes y
sonantes. Los muebles, las bañeras, los grifos, las alfombras, los peldaños de
las escaleras, el enrejado del sótano, el retrete: monedas, monedas, monedas
por todas partes, únicamente monedas.
Todas las noches el señor Puk registraba
a los albañiles cuando dejaban el trabajo para asegurarse de que no se llevaban
algún dinero en el bolsillo o dentro de un zapato. Les hacía sacar la lengua
porque también, si se quería, podía esconderse una rupia, una piastra o una
peseta debajo de la lengua.
Cuando se terminó la construcción
aún quedaban montañas y montañas de monedas. El señor Puk hizo que las llevaran
a los sótanos, a las buhardillas, llenó muchas habitaciones, dejando sólo un
pasaje estrecho entre uno y otro montón, para pasear y hacer cuentas.
Y luego se fueron todos, el
arquitecto, el capataz, los obreros, los camioneros, y el señor Puk se quedó
solo en su inmensa casa en medio del desierto, en su gran palacio hecho de
dinero, dinero bajo los pies, dinero sobre la cabeza, dinero a diestra y
siniestra, delante y detrás, y adonde fuera, a cualquier parte que mirara, no
veía más que dinero, dinero, dinero, aunque se pusiera con la cabeza para abajo
no veía otra cosa. De las paredes colgaban centenares de cuadros valiosísimos: en
realidad no estaban pintados, era dinero colocado en marcos, y hasta los marcos
estaban hechos con monedas.
Había centenares de estatuas,
hechas con monedas de bronce, de cobre, de hierro.
En torno al señor Puk y a su casa
estaba el desierto, que se extendía sin fin hacia los cuatro puntos cardinales.
A veces llegaba el viento, del Norte o del Sur, y hacía batir las puertas y las
ventanas que producían un sonido extraordinario, un tintineo musical, en el que
el señor Puk, que tenía un oído finísimo, lograba diferenciar el sonido de las
monedas de los diferentes países de la tierra: «Este dinn lo hacen las coronas
danesas, este denn los florines holandeses... Y, esta es la voz del Brasil, de
Zambia, de Guatemala...»
Cuando el señor Puk subía las
escaleras reconocía las monedas que pisaba sin mirarlas, por el tipo de roce
que producían sobre la suela de los zapatos (tenía unos pies muy sensibles). Y
mientras subía con los ojos cerrados murmuraba: «Rumania, India, Indonesia,
Islandia, Ghana, Japón, Sudáfrica...»
Naturalmente dormía en una cama
hecha con dinero: marengos de oro para la cabecera y para las sábanas, billetes
de cien mil liras cosidos con hilo doble. Como era una persona
extraordinariamente limpia, cambiaba de sábanas todos los días. Las sábanas usadas
las volvía a guardar en la caja de caudales.
Para dormirse leía los libros de
su biblioteca. Los volúmenes se componían de billetes de banco de los cinco
continentes, cuidadosamente encuadernados. El señor Puk no se cansaba nunca de
hojear esos volúmenes, pues era una persona muy instruida.
Una noche, precisamente cuando
hojeaba un volumen del Banco del Estado australiano...
PRIMER FINAL
Una noche el señor Puk oye que
golpean una puerta del palacio y no se equivoca, dice: «Es la puerta hecha con
esos antiguos táleros de María Teresa.»
Va a ver y no se ha equivocado.
Son los bandidos.
—La bolsa o la vida.
—Por favor, señores, entren y
observen: no tengo bolsas ni bolsillos.
Los bandidos entran y no se toman
ni siquiera la molestia de mirar a las paredes, las puertas, las ventanas, los
muebles. Buscan la caja fuerte: está llena de sábanas y desde luego ellos no
están allí para comprobar si son de hilo o de papel afiligranado. En toda la
casa, desde el primer al duodécimo piso, no hay ni una bolsa ni un bolsillo.
Hay extraños montones de algo, en ciertas habitaciones, en los
sótanos, en las buhardillas, pero
está oscuro, no se ve de qué se trata. Además, los ladrones son gente concreta:
ellos quieren la cartera del señor Puk, y el señor Puk no tiene cartera.
Los bandidos primero se enfadan y
luego se echan a llorar: han atravesado todo el desierto para efectuar ese robo
y ahora tienen que volverlo a atravesar con las manos vacías. El señor Puk,
para consolarles, les ofrece limonada fresca. Luego los bandidos desaparecen en
la noche, derramando lágrimas en la arena. De cada lágrima nace una flor. A la
mañana siguiente el señor Puk puede contemplar un bellísimo paisaje florido.
SEGUNDO FINAL
Una noche el señor Puk oye
golpear a una puerta y no se equivoca: «Es la que está hecha con esos antiguos
táleros del Negus de Etiopía.»
Va a abrir. Son dos niños
perdidos en el desierto. Tienen frío, tienen hambre, lloran.
—Una limosna.
El señor Puk les da con la puerta
en las narices. Pero ellos continúan llamando. Al fin el señor Puk
se apiada de ellos y les dice:
—Tomad esta puerta.
Los niños la toman. Pesa, pero es
toda de oro: se la llevan a casa, podrán comprarse café con leche y galletitas.
En otra ocasión llegan otros dos
niños pobres y el señor Puk les regala otra puerta. Entonces se corre la voz de
que el señor Puk se ha vuelto generoso y llegan pobres de todas partes del
desierto y de las tierras habitadas y nadie se vuelve con las manos vacías: el
señor Puk regala a uno una ventana, a otro una silla (hecha de moneditas de
cincuenta céntimos), etcétera. Al cabo de un año ya ha regalado el techo y el
último piso.
Pero los pobres continúan
llegando en largas filas desde todos los rincones de la tierra.
«No sabía que fuesen tantos»,
piensa el señor Puk.
Y, año tras año, los ayuda a
destruir su palacio. Después se va a vivir en una tienda, como un beduino o un
campista, y se siente tan, pero tan ligero.
TERCER FINAL
Una noche el señor Puk, hojeando
un volumen de billetes de banco, encuentra uno falso. ¿Cómo habrá llegado allí?
Y... ¿y no habrá más? El señor Puk hojea rabiosamente todos los volúmenes de su
biblioteca y encuentra una docena de billetes falsos.
—¿No habrá también monedas falsas
rodando por la casa? Tengo que mirar.
Como ya se ha dicho, es una
persona muy sensible. No lo deja dormir la idea de que en un rincón cualquiera
del palacio, en una teja, en un taburete, pegada a una puerta o a un muro, haya
una moneda falsa.
Y así empieza a deshacer toda la
casa, en busca de las monedas falsas. Empieza por el tejado y va hacia abajo,
un piso tras otro, y cuando encuentra una moneda falsa se pone a gritar: —La
reconozco, me la dio aquel bribón, el Tal de Cual...
Conoce sus monedas una a una. Hay
poquísimas falsas porque siempre se ha fijado mucho en el dinero, pero
cualquiera puede tener un momento de distracción.
Así que ha desmontado toda la
casa pedazo a pedazo. Allí está, en medio del desierto, sentado encima de un
montón de ruinas de plata, oro y papel del Banco de Italia. Ya no tiene ganas
de reconstruir la casa desde el principio. Tampoco le apetece abandonar el
montón. Se queda allí arriba,furioso. Y de estar siempre encima de su montón de
monedas se va haciendo cada vez más pequeño.
También él se convierte en una
moneda. Se convierte en una moneda falsa. De forma que cuando la gente viene a
apoderarse de todo aquel dinero, a él lo tiran en medio del desierto.
Aquí la colección completa: http://azaharestodoprimaria.files.wordpress.com/2010/06/cuentos-para-jugar-gianni-rodari.pdf
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